UN ADIÓS SIN NOMBRE - JUDESTY

BOOK TRAILER





OPINIÓNES SOBRE UN ADIÓS SIN NOMBRE






LEE EL PRIMER CAPÍTULO:


Micaela Barton, al ver el semáforo en verde, cruzó la calle rápidamente. Iba deprisa y un poco impaciente, tenía tanta gente a su alrededor que era casi imposible ver con claridad si Roberto y Brandon la estaban esperando. Hacía apenas una hora se habían puesto de acuerdo para quedar en la puerta de su bar preferido, podía ver las luces intermitentes de color rojo y azul que formaban el letrero con el nombre del pub “Labuan”.

En Lisboa el otoño apenas empezaba y todavía se podían sentir los últimos coletazos de un verano infernal diciendo adiós. Por esta razón, aquella tarde Micaela llevaba un vestido gris que no le llegaba a la rodilla, no usaba medias, calzaba sandalias blancas con un pequeño tacón y, por encima, un jersey de lana del mismo color, muy fino que apenas abrigaba, parecía más un accesorio que una prenda de vestir.

Nada más entrar, sintió el olor a madera y especias que tanto le gustaba de aquel bar, en donde además de bebidas se servían diferentes entremeses que ayudaban a pasar la tarde y parte de la noche a toda la gente que salía de su oficina y se dirigía a aquel lugar con el propósito de tener un momento de relax, de charla, de risas… - justo lo que Micaela había ido a buscar en compañía de sus inseparables amigos y a la vez compañeros de piso -.

Se dirigió por el pasillo de la entrada esquivando a cuantas personas se interponían en su camino, buscando con la mirada a Roberto – sabía que siempre escogía la mesa del fondo – pues decía que ahí se oía mejor y que podía tener control absoluto de las personas que entraban al bar. Roberto tenía tres debilidades: el cotilleo, la moda y Brandon, rindiendo total dedicación a los tres. Trabajaba como diseñador en una de las boutiques más famosas de la ciudad y eso le permitía vestir siempre con las últimas tendencias de la moda. Asistía normalmente a cenas y a fiestas de gente bohemia que formaban parte del gremio, convirtiéndolos en su fuente principal de cotilleo, y no había rumor, bulo o chisme que Roberto no supiera y, por supuesto, que no lo distribuyera en toda la ciudad. Siendo durante casi 4 años la pareja de Brandon conocía sus debilidades y también sus virtudes, era capaz, tan sólo con mirarle, de adelantarse con una precisión asombrosa a todos sus deseos. Brandon, por su parte, dirigía una sucursal bancaria en la zona y sólo tenía tiempo libre los fines de semana, los cuales aprovechaba al máximo para descansar. Solía dejarse llevar por los dos – Roberto y Micaela - no le importaba el lugar en que lo ubicaran, siempre y cuando pudiera ver el partido de fútbol de turno que echasen por la televisión. Era un fanático de ese deporte y aunque a veces conseguía irritar a Roberto y a Micaela con tardes enteras de fútbol, lo compensaba al estar siempre dispuesto para lo que hiciera falta, a cualquier hora y en todo momento. No importaba si era de madrugada o si estaba disfrutando de sus vacaciones al otro lado del planeta, si su novio o su amiga lo necesitaban, dejaba todo para correr a su lado. Era de aquellas personas incondicionales, entregadas por completo a una relación o a una amistad. Y aunque tenía apariencia del típico capitán de equipo de fútbol americano, adonis entre las mujeres – que no conocían su tendencia sexual - y sensibilidad cero, poseía el corazón más grande y noble de los tres.

-          ¡Vaya por Dios ya era hora! Nos cansamos de esperar y decidimos entrar – gritó Roberto al ver a Micaela llegar.

-          Lo sé, lo sé. Siento haber llegado tarde, quise salir unos minutos antes del bufete pero no pude, ya conocen a mi jefe… cuando dice…”no corre prisa, pero sería interesante tenerlo cuanto antes”… quiere decir “hazlo ahora”. – Micaela apartaba una silla para colocar su maletín y su bolso mientras alzaba una de sus manos con el índice extendido llamando al camarero… - ¡Silvio! Ponme lo de siempre por favor.

-          Claro que lo conocemos… ¿quién no conoce al famoso abogado Jeff Talbot? Lo que no entendemos es por qué has aceptado ese trabajo y, lo que es aún peor, por qué sigues trabajando ahí. ¿Es que seis meses no han sido suficientes para saber que ese viejo cochino de Talbot te exprimirá como a una naranja hasta sacar la última gota de zumo. Él nunca te considerará una igual aunque te jubiles en su bufete – Brandon, al escucharlo, apartó la vista de la tele y miró un tanto molesto a Roberto.

-          ¡Roberto! No hace falta ser tan desagradable para decir lo que piensas. Mica no necesita que la asustes, todo lo contrario, necesita pensar si le conviene o no seguir ahí.

-          Perdón si te asusté – admitió Roberto – pero veo que pasa el tiempo y no reaccionas…y

-          ¡No la presiones! – dijo Brandon un poco más alto.

-          No la estoy presionando, sólo le estoy diciendo…

-          Ella es mayorcita para saber qué hacer…

-          Pero…

-          ¡Calma! ¡parad!, me están dejando la cabeza como un bombo con tanta discusión. – gritó Micaela. Pero los dos al oírla respondieron al unísono:

-          ¡No estamos discutiendo! – se miraron y se dieron un beso para demostrar que todo estaba bien.

En ese momento, se acercó Silvio con una bandeja en la que llevaba una copa corta pero ancha de boca, con un líquido color amarillo y en el borde una fresa partida en dos…

-          Aquí tienes Mica, vodka con poco zumo de maracuyá y un chorrito de limón, como a ti te gusta.

-          Gracias Silvio, eres un príncipe – dijo Micaela melosa.

-          Lástima que tu príncipe tenga ya cincuenta años, porque si tuviera veinte años menos, te aseguro que te convierto en mi princesa de cuento inmediatamente – los tres rieron mientras Silvio se alejaba con la bandeja en alto, evitando molestar a los clientes.

-          Bueno, mi pequeña malévola ¿qué es eso tan importante que nos querías contar? – Roberto cerraba sus ojos y fruncía sus labios, mientras la miraba inquisitivamente.

-          ¡Que no le llames malévola, recuerda que no le gusta! – de nuevo protestó Brandon.

-          Que se lo digo de cariño, ¡coño!

-          ¡Silencio! – ordenó Micaela - No empecéis de nuevo. Que he venido de buen humor y tengo algo muy, pero que muy interesante que contaros…

-          Cuenta, cuenta – suplicó.

-          ¿Listos?

-          ¡¡¡Sí!!! – gritaron impacientes los dos.

-          Jeff Talbot me ha nombrado… ¡su ayudante personal! He dejado de ser la chica de pruebas – alzaba sus dedos dibujando comillas en el aire- y ahora soy nada menos que su ayudante, eso quiere decir que todos sus juicios tendrá que llevarlos conmigo ¿os imagináis? – la cara de Micaela estaba radiante, sus ojos brillaban al dar la noticia, al mismo tiempo que levantaba su copa y decía – Brindemos chicos, he ganado a dos monigotes que estaban tras el puesto y desde mañana compartiré, revisaré y defenderé todos los casos que pasen por las manos de Jeff Talbot! – la sonrisa de Micaela duró apenas unos segundos al ver la cara de sus dos amigos, cuya expresión denotaba tragedia en lugar de celebración.

-          ¿Qué? – gritó Roberto.

-          ¿Estás segura? – masculló Brandon, mientras los ojos de Micaela se tornaban furiosos diciendo:

-          Lo sabía, lo sabía, tenía toda la certeza de que no os alegraría esta noticia, siempre criticando mi trabajo, siempre poniéndole pegas a mi horario, siempre refunfuñando por todo mi sacrificio. Está bien – hizo una pausa - no importa, no me importa que mis mejores amigos tomen lo mejor que me ha pasado en la vida como una sentencia de muerte, brindaré sola – y sin esperar respuesta se zampó toda la copa que tenía en la mano – y ahora, si me disculpáis iré a celebrar mi nombramiento con los dos monigotes a los que gané y que seguramente en lugar de vodka me den a beber cianuro, pero que disimularán mejor la envidia que les produce el que yo vaya a ser de ahora en adelante su jefa…

Y sin mediar palabra se levantó, cogió sus cosas y se dispuso a salir, pero Brandon se lo impidió…

-          Por favor, Mica, no te vayas, perdónanos, no quisimos lastimarte ni mucho menos, estamos contentos por lo que has logrado ¿verdad? – dijo mirando a Roberto que se encontraba en actitud pasiva sin decir ni mu. Brandon le lanzó una mirada asesina al ver que tardaba en contestar e insistió - ¿verdad Roberto que nos alegramos por el ascenso de Mica?

Roberto se puso de pie adoptando una posición altiva, levantó su whisky y de un solo sorbo lo bebió hasta el final. Brandon lo imitó, tomó su cerveza, la llevó al centro, se lo ofreció a Mica y se la tomó completa. Al terminar emitió un pequeño eructo que, aunque quiso disimularlo, produjo un sonido bastante notorio, excusándose inmediatamente.

-          Mira, Mica, estamos contentos por ti. Daríamos todo lo que tenemos por verte feliz y lo sabes… pero nos hemos quedado atónitos con la noticia porque todos estos meses apenas has aparecido por casa, desde que entraste en ese bufete, los fines de semana han desaparecido para ti y casi ni te alimentas, te has olvidado de fiestas, de salir a dar un paseo, de correr los domingos, de hacer escapadas a París, de todo, de todo, incluso de nosotros. – Arremetió Roberto que, como siempre, no tenía pelos en la lengua. Ella miró a Brandon en busca de ayuda.

-          Es verdad, guapa – dijo mientras la empujaba cariñosamente y la sentaba de nuevo en la silla, cogía su maletín y lo dejaba en el mismo sitio de donde lo movió unos instantes antes – Roberto dice la verdad. Este trabajo absorbe no sólo tu tiempo sino también tu vida, pierdes el sentido de lo que es vivir y te centras únicamente en los juicios, en los veredictos, en los culpables y en los juzgados. Por eso hemos tomado así tu noticia, porque si casi no te hemos visto en estos seis meses ¿cómo será ahora que serás la sombra de  Talbot?

Micaela los contempló en silencio. Dentro de sí sabía que decían la verdad, todo ese tiempo, su único objetivo fue ascender y conseguir el puesto de ayudante de Talbot. No importaba si por eso dormía tres o cuatro horas diarias o si no se alimentaba del todo bien, tampoco importaba que llevaba más de dos semanas sin llamar a sus padres que vivían en Miami, ni que apenas veía a sus dos amigos. Tenían razón, los había abandonado, incluso no recordaba la última vez que habían estado así, tan a gusto, tomando sus bebidas favoritas y riendo con las ocurrencias de Roberto, o burlándose del sentimentalismo de Brandon o haciendo sus propios comentarios prácticos y realistas que, a pesar de carecer de humor, tenían un toque irónico que los hacía irresistibles.

-          Tenéis razón – aceptó compungida - soy una  desalmada, insensible, egoísta, ingrata y la peor amiga que podríais tener…

-          ¡Oh no, no hagas eso Micaela! – exclamó Roberto – las escenas dramáticas déjalas para el teatro – ella miró a Brandon intentando saber de parte de quién estaba.

-          Sabes que eso no funciona con nosotros, es más fácil reconocer la verdad y no tratar de sacar provecho de ella.

-          ¡Eso! ¡Justo eso! Cómo me gustas cuando te pones serio, cariño – dijo Roberto y sin más le dio otro beso.

-          ¡Vale… tenéis razón! – lo dijo en tono serio – me he portado ingrata con vosotros, pero no ha sido con ese propósito. Sé que he perdido un poco el norte de todo, que el afán y las ganas de tener ese puesto han podido conmigo, perdonadme, por favor – los miró con ojos suplicantes – Os prometo que ahora que el puesto es mío llevaré las cosas mejor, no tan obsesivamente sino con más calma y conseguiré encontrar un equilibrio entre mi vida profesional y la privada. ¿Está bien? – Los dos la miraron y sonrieron.

-          Está bien. Pero recuerda, no te obsesiones con tu trabajo. Mica, esto es serio, tu salud está en juego – advirtió Brando.

-          Vale, vale. Pero ahora ¡por favor! celebremos mi ascenso – y levantó de nuevo su dedo índice para pedir una ronda más a Silvio.

-          Tenemos otra cosa que celebrar – dijo Roberto con ojos lleno de emoción.

-          ¿Qué ha pasado?

-          No ha pasado nada. Sólo que una de las más famosas casas de moda de Italia abrirá una nueva sucursal en Nueva York y me invita a visitar su taller durante una semana ¡con todos los gastos pagados! Obviamente quieren saber ¡mi opinión sobre la nueva colección que van a lanzar! – Roberto estaba radiante y Brandon no dejaba de mirarlo orgulloso y feliz.

-          ¡Guau!, ¡eso sí que es increíble! ¡Enhorabuena! Me alegro tanto por ti – dijo exultante Micaela.

-          ¡Eso no es todo!

-          ¿Ah no? ¿todavía más? – miró a Brandon.

-          Sí, Mica. Yo iré con él. Nos vamos hoy por la noche, lo tenemos ya todo preparado. Quiero desconectar un poco del banco y de todo ese mundillo. Sólo serán unos días y me vendrán fenomenal.

-          ¡Fantástico, me alegro tanto por vosotros! – sus ojos brillaron intensamente pero de repente algo los oscureció - Aunque me sentiré muy sola en casa...

-          Sólo será una semana Mica y con tu nuevo ascenso no tendrás tiempo ni de respirar, ya lo verás, el tiempo pasará volando. Así que, si os apetece, os invito a cenar antes de tomar el vuelo …- propuso Brandon.

-          Lo siento chicos – se excusó Micaela – hoy por la noche tengo una cena con gente de la oficina por mi ascenso, lo que dije de ir a festejar con los dos monigotes era cierto, no sólo irán ellos, también los socios del bufete. Me conviene ir. Con gusto me quedaría con vosotros pero no puedo.

-          Ya vemos cómo vas a cambiar… – dijo Roberto un tanto dolido e irónico.

-          Está bien, Mica, no te apures, es normal, acaban de ascenderte. Además has celebrado primero con nosotros ¿no? y eso es lo que cuenta – dijo Brandon consolador.

Ella sonrió complaciente

-          Lo que quiero que entendáis es que vosotros dos sois muy importantes para mí, aunque a veces no lo demuestre ¿entendido?

Tras esas palabras tan sentidas los tres se miraron y se abrazaron sin poder ocultar el sentimiento tan profundo que los unía. Pasados unos segundos fue Roberto quien se incorporó diciendo:

-          Vete muñeca. Demuéstrales a esos dos monigotes que van a tener que currar como Dios manda o si no estarán en la calle en menos de lo que canta un gallo y – haciendo puños sus manos - ¡dura con ellos¡ Ah, y recuerda que si es tu celebración obligatoriamente debes  estar ¡divina!. Si necesitas algún trapo o zapatos sólo tienes que ir por la boutique - Micaela sonrió, estaba en paz con sus amigos, eso era lo importante.

-          Ya lo tengo comprado, es exclusivo, me costó un ojo de la cara pero valdrá la pena.

-          ¡Qué zorra! – exclamó Roberto bromeando - ¿No lo has comprado en mi boutique?

-          ¡Claro que sí!, pero fui un día que no estabas… temía que si os contaba mi ascenso antes de que se produjera lo podía arruinar.

-          Buena suerte guapa – Brandon se levantó, la abrazó y le dio dos besos muy sonoros al despedirse.

-          Que os vaya fenomenal. Os quiero. Adiós.

Se levantó, cogió sus cosas y salió. Los dos la miraron embobados, querían a Micaela Barton como si fuera su propia hermana. Fueron compañeros de universidad en la Escuela de Derecho y aunque Roberto y Brandon se retiraron nada más empezar las clases, siguieron manteniendo el contacto. Tanto es así que cuando fueron profesionales los tres decidieron alquilar un piso, podían vivir cada uno por su cuenta pero prefirieron seguir juntos ya que los tres formaban una familia. Micaela tenía sus padres y hermanos en Miami – Florida –, Brandon tenía una hermana en Londres a la que casi nunca visitaba y Roberto era hijo único, sus padres eran italianos y siempre que podía iba a echarles un vistazo. Era una relación muy fuerte, tan fuerte que a ninguno de los dos les gustaba la idea de que Micaela se llegara a enamorar y quisiera formar su propia familia, sabían que tarde o temprano eso llegaría pero mientras tanto Micaela era su niña, su bebé y que nadie osara tocarla.



Micaela corría muy aprisa, quería llegar a casa cuanto antes, tenía el tiempo justo para tomar un baño, cambiarse, arreglarse un poco el cabello y salir a cenar con sus compañeros de trabajo. ¿Había dicho compañeros? No, no – qué tonta -, ya no eran sus compañeros ahora eran sus “subordinados” <> pensó.

Pensando en el vestido que se pondría dobló la esquina de su calle sin percatarse de que había una persona sentada en la calle y arrimada a la pared. Lo vio un segundo después de girar y casi no pudo esquivar sus largas piernas que se extendían a lo largo de la acera. Tuvo que saltar para no pisarlo y al hacerlo perdió el equilibro, lo que provocó que diera tumbos hasta golpearse con la pared, tirando su bolso al suelo. Rápidamente se puso de pie y mientras cogía sus cosas gritaba:

-          ¡Serás estúpido! ¡casi me mato! – estaba furiosa - ¿Qué diablos haces ahí tirado?

Micaela pudo distinguir un hombre corpulento que por la forma en la que iba vestido tendría que ser un vagabundo. <> se dijo. Se arregló el vestido y trató de tomar su postura habitual; mientras lo hacía, se fijó en que el vagabundo se encontraba con la cabeza gacha, veía, y poco, sus grandes manos entrelazadas sobre sus rodillas porque el resto de su cuerpo se encontraba cubierto con una especie de abrigo antiguo de color negro, sus botas eran de montaña – al menos esa fue su primera impresión – estaban sucias y maltrechas, su cabeza tenía una especie de gorra de lana que sólo dejaba ver algunos mechones de pelo grasiento y de color negro saliendo por los bordes.

-          ¡Hey! ¿me escuchas?, no puedes estar ahí y mucho menos tirado en el suelo ¡provocarás un accidente!... ¡Hey!... – como no respondía Micaela se acercó lentamente y con la punta de su pie topó la pierna del vagabundo.

-          ¿Perdona? ¡despierta por favor debes salir de aquí! si no lo haces llamaré a la policía!



La palabra policía tuvo un efecto mágico en el vagabundo que inmediatamente se movió inquieto y levantó su cara mirando un poco confuso a Micaela. Ella distinguió unos ojos grandes y profundos, no pudo definir su color porque anochecía, pero lo que sí le llamó la atención, era lo grandes que eran.

El vagabundo al verla se incorporó lentamente, dando pequeños tropiezos al hacerlo, apoyaba su mano en la pared para no caerse y cuando logró ponerse de pie, Micaela comprobó que era muy alto, quizás mediría un metro noventa o algo más… su estatura le infundió un poco de temor pero no se apartó hasta ver cómo poco a poco el vagabundo se alejaba y se iba no sin antes mirarla con los ojos casi escondidos tras la gorra.

<<¡Dios, espero que esta gente no empiece a hacer una rutina el venir por aquí!!>> se dijo molesta. De repente recordó la cena, dio media vuelta y corrió, llegando a casa a los cinco segundos, ya que ésta se encontraba a sólo unos metros de donde ocurrió el incidente. Antes de cerrar la puerta del piso en donde vivía, sacó de nuevo medio cuerpo fuera para cerciorarse de que aquel extraño no había regresado, de lo contrario se vería obligada a llamar a la policía y la verdad es que no estaba para jaleos, al menos no esa noche, no la noche en la que se celebraba su ascenso.



El piso en el que vivía Micaela junto con a sus dos amigos era enorme, no porque le gustaran los espacios grandes, sino porque Roberto no soportaba los reducidos, su carácter y su personalidad creativa hacían indispensables sitios en los que pudiera dar rienda suelta a su imaginación. Por eso no era de extrañar que dos habitaciones de las cuatro que tenía el piso, estuvieran ocupadas en su totalidad por telas, modelos, patrones, revistas, maniquís, etc. Mientras que Micaela se conformaba con una habitación que, a pesar de no ser muy grande, era la más iluminada de todas. Compartían un gran salón decorado con un estilo muy particular, en tonos beige y blanco, con cuadros de arte moderno, no definidos del todo, pero que aportaban una elegancia particular que se percibía nada más entrar, con pocos muebles un tanto amorfos – última tendencia en el decorado de suites y de pisos de solteros – y por supuesto, lámparas escondidas en la pared, dando una iluminación totalmente velada al lugar. Todo en conjunto hacía de aquel salón la representación más fidedigna de la personalidad de Roberto. Brandon y Micaela se conformaron con decorar sus propias habitaciones – con eso ya tenían bastante – y dejaron el resto a su amigo “el creativo”.

Cuando cruzó el pasillo lista para salir, Micaela se miró en el gran espejo que había junto a la puerta. Estaba deslumbrante <>, se dijo. El espejo reflejaba una silueta envidiable envuelta en un vestido recto de seda de color azul no largo pero tampoco corto, que dejaba ver perfectamente sus rodillas y una pequeña parte de sus muslos. El vestido caía delicadamente sobre su cuerpo provocando que en cada movimiento que hacía, sus formas se vislumbrasen lo justo, no se la veía provocativa pero sí muy sensual. Llevaba unos zapatos del mismo color con un tacón alto que estilizaba aún más sus piernas bien delineadas. Micaela se miró de frente y luego de lado. Escogió bien los accesorios que llevaría aquella noche - apenas los necesarios – su reloj, unos pendientes pequeños y el anillo de la suerte – regalo de su madre – que estaba compuesto de tres turquesas pegadas en forma de pirámide -. Su maquillaje era perfecto y discreto, se concentró en resaltar sus pestañas largas y rizadas que constituían una de sus mejores armas a la hora de conquistar – cuando lo hacía ¡claro!, que con tanto trabajo encima, apenas recordaba lo que era “salir de conquista por los bares” – sus labios apenas con una pizca de brillo le daban un aire de naturalidad. Peinó su cabello corto al descuido, con pequeñas puntas saliendo a los costados y un flequillo casi minúsculo asomando en su frente, lo que le daba una apariencia bastante formal pero juvenil. Se sintió contenta y cómoda con lo que vio.

Dio media vuelta, se puso un abrigo gris oscuro, se colgó su bolso y salió. Al pasar por la esquina no pudo evitar recordar aquel mendigo de unas horas antes. Afortunadamente, había desaparecido,  seguramente estaría tirado en otra calle o quizás pidiendo caridad a los transeúntes. En fin, lo bueno era que no lo volvería ver.



Llegó al restaurante a propósito cinco minutos tarde, pensó que valdría la pena hacerse esperar ya que era la invitada principal. Estaban todos reunidos, incluso Jeff Talbot se encontraba ya sentado a la mesa. Al verla se levantaron todos, aplaudiendo su llegada. Uno a uno le fue dando la enhorabuena y diciéndole lo mucho que valía. Los últimos en acercarse fueron Bruno Almeida y Rui Pedro que habían competido con ella la carrera maratoniana por el conseguir puesto. Sabía que los dos la odiaban, pero que por mucho que quisieran verla muerta tenían que soportarla, al menos durante los próximos dos años en los que se revisaría su próximo ascenso.

-          Enhorabuena, Micaela, ha sido una dura pelea, pero por lo visto tú eres la mejor – dijo secamente Bruno Almeida mirándola con ojos inexpresivos escondidos en aquellas horribles gafas del año de Matusalén.

-          No sólo eres la mejor sino que nos has dado una paliza, así que déjame rendirme ante ti y darte mi más sincera felicitación y que conste que si hasta ahora fuimos contrincantes, desde este momento seré tu más ferviente siervo. Puedes contar conmigo para lo que quieras – Rui Pedro como siempre, destilando zalamería e hipocresía por doquier.

De todas las frases juntas que Rui Pedro pronunció apenas una había sido sincera… ella les había dado una paliza… se río para sus adentros y tomando una actitud un poco más altiva contestó:

-          Os lo agradezco, muchachos, debo reconocer que fueron dignos competidores. Pero así es la vida, unos pierden y otros ganan, sé de antemano que contaré con vuestro apoyo. – altanera y orgullosa les dio dos besos a cada uno en señal de paz. Después se dispuso a sentarse pero Jeff Talbot llamó su atención, le hacía una seña para que lo siguiera.

Se alejaron un poco del grupo y cuando estuvieron a una distancia prudencial Micaela preguntó.

-          ¿Sí, señor?

-          Micaela quería decirte lo orgulloso que estoy de ti. Este puesto lo has ganado a pulso. Debo reconocer que al principio fue difícil la decisión pero, después, cuando vi que tus dos compañeros tambaleaban ante la presión y en cambio tú te crecías ante ella, no tuve ninguna duda. Eres la indicada para el puesto.

-          Gracias,  señor. Me siento muy honrada por esto, sólo espero no defraudar sus expectativas.

-          Sé que no lo harás Micaela. A leguas se ve el material del que estás hecha. Tienes un gran futuro en esta carrera y, por qué no decirlo, en este bufete. Si sigues como hasta ahora estoy seguro de que en dos años te pediremos que participes como socia.

Micaela no pudo ocultar la emoción que sentía al oír esas palabras. Una de sus máximas aspiraciones era llegar a formar parte del bufete Talbot & Cía., cuyo mayor accionista era Jeff Talbot, y si lo lograba quién sabe si algún día podría crear su propio bufete. Sonrío y trató de que su voz sonara normal y no llena de ilusión como estaba.

-          Esas son palabras mayores,  señor. De todas maneras le agradezco que piense en mí como futura socia. Está demás decirle que haré todo lo posible para conseguir esa participación.

-          Así me gusta, Micaela. Y ahora vamos a disfrutar de la noche que bien te lo mereces. Ah, y si yo fuera tú, trataría de aprovechar al máximo este fin de semana porque el lunes nos esperan algunos casos.

-          No se preocupe,  señor. Descansaré lo suficiente para el lunes estar lista para lo que diga.



La noche transcurrió tranquila, primero la cena un tanto aburrida para el gusto de Micaela y luego las copas. La conversación se amenizó al principio con temas irrelevantes y conforme avanzaba el tiempo empezaron a salir temas de trabajo. Muchos de los concurrentes se fueron y Micaela pensó que era hora de marcharse. Se despidió de todos y se acercó al maître.

-          Por favor ¿podría llamar un taxi?

-          Sí, enseguida.

Mientras tanto cogió su abrigo, se lo puso y cuando se disponía a salir, el maître, aún con el teléfono, le dijo.

-          Perdone,  señorita, me dicen que el taxi estará aquí en unos cinco minutos – Micaela miró hacia fuera y se fijó en que hacía una noche espléndida. Estaba tan exultante por su triunfo que le pareció buena idea ir caminando, de todas formas su piso no quedaba muy lejos del restaurante.

-          No, déjelo. Gracias. He decidido dar una vuelta.



Empezó a caminar a un ritmo ligero, disfrutando de la brisa un poco fría que le llegaba a la cara. Seguramente Roberto y Brandon se habrían marchado ya, los echaría mucho de menos, aunque la mayoría de los días casi no los veía, el solo saber que estaban cerca la reconfortaba. Ahora, al pensar en el piso solo y frío sin la alegría de Roberto y la calidez de Brandon, sentía pocas ganas de llegar. Ese día había estado lleno de emociones, primero la noticia de su ascenso, luego las miradas asesinas de Bruno  Almeida y Rui Pedro, la discusión con su amigos, la cena, las palabras de Talbot, su casi propuesta de ser en dos años socia, era mucho para un día. Lo mejor de todo era que le esperaba un fin de semana completo para ella, se dedicaría exclusivamente a descansar y a relajarse para así empezar con bríos su nuevo trabajo, su nueva vida.

Tendría que contárselo a sus padres lo antes posible, es más… les llamaría esa misma noche, total había cinco horas de diferencia con Miami, seguramente sus padres estarían cenando. Se imaginaba a su madre saltar de la alegría con la noticia, decirle que ya lo sabía, que sabía que su hija llegaría muy lejos y a su padre darle consejos de cómo debería actuar ahora que la habían ascendido. Estarían orgullosos de ella. Una sonrisa cruzó su cara al pensar en sus padres.



Se dio cuenta de que estaba llegando, apenas faltaban unos cuantos metros para doblar la última esquina y entrar en su casa. Fue entonces, cuando sintió la presencia de alguien… instintivamente apresuró el paso con temor a girar y ver si la seguía. Un tanto temerosa buscaba las llaves mientras llegaba a la puerta principal del piso. Cuando las encontró metió la llave en la cerradura y al abrir respiró tranquila, <> pensó. Pero al dar el primer paso sintió una mano que tapaba su boca y con una fuerza superior la giraba y la empujaba contra la pared. Aturdida por el movimiento y por la presión que ejercía sobre ella la mano de aquel desconocido, quiso escapar pero sintió un gran peso sobre su cuerpo. Aparentemente el desconocido la sujetaba haciendo presión con su propio cuerpo, fue entonces cuando se percató de que esa silueta le parecía conocida, la cabeza cubierta con el gorro de lana, el mismo abrigo negro, la misma altura, los mismo mechones de pelo y aquellos ojos… aquellos ojos enormes y ¡verdes!... sí, ahora podía definir bien su color…eran ¡verdes!... ahora lo reconocía… era el vagabundo al que en la tarde le ordenó que se fuera.

Intentó forcejear aterrada y con toda la seguridad de que la iba a matar… si no por qué iba a volver sino para vengarse o para hacerle daño… pero sólo escuchó…

-          Ayuda… por favor…. Tú… ayuda…a mí - tenía un acento totalmente extraño y por lo visto no hablaba bien el idioma.

Micaela al escuchar esas palabras dejó de hacer fuerza y empezó a respirar con más tranquilidad. Por alguna razón que todavía no sabía explicar, al ver la mirada de aquel hombre el temor se aplacó, lentamente el extraño fue bajando su mano con intención  de que pudiera respirar libremente… inmediatamente ella sintió el aire entrar sin obstáculos y profundamente a sus pulmones… trató de conservar la calma si es que eso era posible con un hombre de  casi dos metros encima de ella. Preguntó jadeante:

-          ¿Qué es lo que quiere? ¿Dinero?, tómelo. Coja todo lo que tengo…

-          Yo… yo… no… bien… estar… - hablaba cortando las palabras.

-          ¿Qué? ¿qué trata de decirme?

-          Ayuda… ayuda…

Micaela vio sus ojos brillantes, ¿estaría drogado? ¡Dios si estaba drogado estaría en plena crisis!

-          ¿Quieres dinero?, toma… - dijo intentado sacar dinero de su bolso… pero el extraño la detuvo…

-          No…no… yo querer… descansar…sólo dormir…ayuda…- y sin esperar respuesta entró en el salón… tambaleándose llegó al sofá en donde cayó completamente rendido. Micaela, totalmente absorta sin saber qué hacer, cerró la puerta tras de sí, se dijo que lo mejor sería reaccionar y aprovechar que el extraño estaba inconsciente y llamar a la policía. Sigilosamente se acercó al teléfono, levantó el auricular y llamó al 911.

-          ¿Sí, policía? Por favor hay un…

Las manos del vagabundo interrumpieron la llamada… sus ojos ahora eran suplicantes…

-          Por favor… no policía…- la tomó de la mano… y Micaela se sintió aturdida… - policía no… policía venir… yo deber ir…

Lentamente se levantó sin que Micaela pudiera hacer nada por impedirlo, zigzagueante, se dirigió a la puerta. Por un minuto su corazón se llenó de tranquilidad al observar cómo aquel extraño estaba a punto de salir, pero en un instante todos sus sueños se vinieron abajo cuando vio caer el gran cuerpo pesado del vagabundo al suelo, llevándose consigo un gran jarrón de cristal – el favorito de Roberto -.

Micaela no sabía qué fue lo que más le asustó, el sonido ensordecedor que produjo el jarrón al estrellarse contra el suelo o el ver el cuerpo inerte de aquel hombre bajo sus pies, por un momento pensó que podría estar muerto ¡cielos que locura! Se arrodilló lentamente a su lado y palpó su cuello intentando encontrar los latidos de su corazón. Una corriente de alivio recorrió todo su cuerpo al comprobar que aquel desconocido todavía seguía con vida. Ahora era el momento de hacer esa llamada. La policía llegaría en cinco minutos y se encargaría de todo. Se levantó, corrió hacía el teléfono, levantó el auricular y cuando estuvo a punto de marcar… en su mente vio los ojos suplicantes de aquel hombre, debía temer mucho a la policía si era capaz de levantarse en esas condiciones y tratar de huir. ¿Tratar de huir? Si estaba huyendo quería decir que era un delincuente, ella como abogada tenía la obligación de llamar a la policía… de nuevo se armó de valor y marcó el número.

-          ¿Sí? ¿Comandancia de policía? – escuchó.

-          Yo …

-          Sí, dígame su nombre y su ubicación.

-          Yo…- de nuevo vinieron a su memoria esos ojos… aquellos ojos que no le producían temor, que no sabía qué tenían pero que le impedían cumplir con su deber… - Me he equivocado de número perdone por favor – y colgó… Miró a aquel vagabundo pensando que tenía que decidir rápidamente qué hacer… cerró sus ojos intentando de esa manera visualizar la respuesta y al no conseguirlo los abrió de nuevo. Había colgado, no podía llamar de nuevo…bueno… sí podía, pero intuía que si lo hacía volvería a colgar… así que no le dio más vueltas… resolvió lo que iba a hacer… no importaba si era lo correcto o no… lo haría.



Se sacó los zapatos, su abrigo y regresó con el desconocido, con todas sus fuerzas lo giró, se ubicó tras su cabeza y pasó sus manos debajo de sus axilas empezando a tirar poco a poco de él. <> se decía al mismo tiempo que jalaba el cuerpo inerte y decía entrecortadamente:

-          Bien amigo, más te vale que… que mañana me des una buena explicación… de quién eres y de qué demonios haces aquí…. – se incorporó para tomar un poco de aire y enseguida continuó arrastrando al desconocido hasta la habitación de Brandon - …. Ah y sobre todo qué diablos quieres… no sé por qué no te he entregado a la policía…. Pero seguramente mañana me lo dirás...

Haciendo un último esfuerzo lo subió a la cama, le sacó las botas, el gorro y lo cobijó con una manta; al tocar su frente se dio cuenta de que ardía en fiebre, llenó una cubeta con agua y hielos, cogió una toalla y llevó todo a la habitación en donde se encontraba aquel hombre. Arrimó una silla junto a la cama, metió la toalla en el agua fría, la escurrió y la puso en la frente del vagabundo, que al sentir el contacto con el agua apenas se movió, Micaela lo observó y se percató de que tenía unas facciones realmente hermosas. Su frente era ancha, sus cejas pobladas y oscuras del mismo color negro que su pelo, su nariz recta y afilada, sus labios gruesos y bien definidos.



-          Bueno, parece ser que tendremos una larga y ajetreada noche por delante… ¿no es verdad? Si mañana no has mejorado, juro por Dios que te llevaré a un hospital y llamaré a la policía, sin importar las consecuencias, no puedo arriesgarme ni arriesgarte a que por un tonto presentimiento te ocurra algo. Sólo espero que te repongas y puedas decirme quién eres y por qué estás así, si te llevo ahora mismo al hospital ¿qué les voy a decir? Seguramente llamarán a la policía y eso me parece que no es precisamente lo que quieres.



Y cambió nuevamente la toalla mojada.






No hay comentarios:

Publicar un comentario